Argentina Casanova – La que Arde https://www.laquearde.org Revista digital Tue, 31 Oct 2017 03:21:47 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9 Autodefensa, el grito que desarma. Por Argentina Casanova https://www.laquearde.org/2015/08/29/la-autodefensa-el-grito-que-desarma-por-argentina-casanova/ https://www.laquearde.org/2015/08/29/la-autodefensa-el-grito-que-desarma-por-argentina-casanova/#respond Sat, 29 Aug 2015 18:23:01 +0000 https://www.laquearde.org/?p=3737 Desde niña mi abuela me enseñó a caminar por la calles evitando mirar a los hombres a los ojos “ni se te ocurra sonreírles” me decía. Me enseñó a cruzarme cuando veía a un grupo de ellos en una acera, a sacarles la vuelta. En cambio, mi bisabuelo al salir de su casa nos regalaba pedazos …

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Desde niña mi abuela me enseñó a caminar por la calles evitando mirar a los hombres a los ojos “ni se te ocurra sonreírles” me decía. Me enseñó a cruzarme cuando veía a un grupo de ellos en una acera, a sacarles la vuelta. En cambio, mi bisabuelo al salir de su casa nos regalaba pedazos de madera a mi hermana y a mí para que los lleváramos con nosotras por si necesitábamos defendernos cuando anduviéramos en la calle.

Estas formas de actuación opuestas entre mi abuela y mi abuelo, me han llevado a pensar que muchas mujeres fuimos y seguimos siendo educadas desde niñas a la defensa sí, aunque de un modo pasivo -hacia adentro- en lugar de activo -hacia afuera-. Un sin número de niñas-mujeres frente a una posible agresión podrían enfrentarse entre la defensa pasiva o la defensa activa sin saber con claridad cuál aplicar. Aunado a esto, en la realidad de nuestra sociedad machista es muy grave que en ambas selecciones exista la posibilidad de ser víctima, ya sea por la violencia vivida o por el castigo recibido al elegir defendernos activamente.

Revisando notas de trabajo que hice en un periódico, recuerdo una que me impactó y hasta el día de hoy no la olvido, la nota de una mujer que había golpeado con un martillo a su pareja hasta matarlo. La parte policiaca, fuente de la información, detallaba los hechos contando que la mujer llevaba años de vida sometida a la violencia de su marido, quien cada vez que  llegaba ebrio la golpeaba, abusaba de ella y le exigía que bebiera con él. También contaba que en la última ocasión empezaron a discutir y como era de costumbre, él la persiguió por toda la casa a golpes, gritos, insultos hasta que logró tumbarla al piso. En aquel momento, ya en el piso sometida y ultrajada, la mujer alcanzó a tomar un martillo con el que lo golpeó una vez dejándolo tirado en el piso.“Él no estaba muerto” –confesó ella- “vi que respiraba y pensé que cuando se levantara no me lo iba a perdonar, que me mataría a golpes, y entonces tomé la decisión de rematarlo…”. De esta forma quedó asentada la declaración y así se difundió la noticia.

El resultado de este acto de defensa activa para la mujer fue la cárcel tras la muerte del sujeto que la violentó por años y sin tregua. Además, el hecho probablemente ocurrió cuando aún no había perspectiva de género en la justicia, ni se consideraba la violencia como un factor desencadenante. Fue hasta el 1996, que se firmó su inclusión en la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer Belem Do Pará.

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¿Cómo pienso la autodefensa?

Creo que la autodefensa ha sido motivada por la defensa propia y la reflexión acerca de impedir que se violente nuestro cuerpo físico; mientras que, otras formas de violencia que atentan nuestra autoestima, o espacio, incluso que transgreda nuestro lugar en la sociedad sí las permitimos. Las agresiones hacia las mujeres están en todas partes, incluyendo en las redes sociales, y se manifiestan en una diversidad de formas, que van desde el acoso y el hostigamiento en privado, los comentarios sexistas, la descalificación de las feministas, la denuncia de sus perfiles para bloquear sus cuentas, hasta las más extremas como la trata, la desaparición forzada y el feminicidio.

Bajo el clima de violencia que vivimos hoy las niñas y las mujeres urge pensar, replantear y poner en práctica la autodefensa desde la defensa activa. Por ejemplo, creo que ya no podemos ni debemos esperar a que aparezca un gentil amigo o amiga para defendernos cuando se colocan comentarios ofensivos, agresivos, imperativos, machistas o misóginos, incluso aquellos cargados de violencia sutil enmascarados bajo la “buena onda” en la que se suelen cubrir algunos hombrecitos[1].

Si utilizamos el espacio en las redes sociales para difundir noticias de derechos de las mujeres, de análisis o reflexiones sobre el sexismo en el lenguaje, no faltan los que se sienten ofendidos, o reclamen que eso no es así, e incluso lean superficialmente y reclamen “discriminación” hacia los hombres. Cuando en la realidad la argumentación del discurso patriarcal ha sido siempre ofensivo, agresivo y violento hacia las mujeres que se atreven a cuestionar, y sin la menor intención de cambio.

He observado que muchos enmascaran la agresión frontal con la caballerosidad, con el absurdo de “la inteligencia superior masculina”, “la lógica” y hasta el “purismo del lenguaje”, que más bien, lo que en síntesis trasluce es su afán de evitarnos el libre transitar, el hablar como nos viene en gana, con la real intención de que nos mantengamos apegadas a las formas aprobadas desde el patriarcado para las mujeres. Ah pero eso sí, si algunas optamos por defenderos entonces nos traducimos en las violentas, las locas, las irrespetuosas: todo menos una mujer defendiéndose de un hombre violento, porque “la defensa” implica que antes hubo un ataque. Ahí el dilema fundamental de aproximarnos al entendimiento discursivo de la “autodefensa”, que está descalificada y satanizada mucho antes de ser enunciada. El sistema nos obliga a la defensa pasiva, o lo que es lo mismo, al aguante, y más le vale que sea “macha”, y ni se le ocurra agredir a su agresor.

Mi enojo, mi frustración y coraje es que al final somos como la mujer que decidió usar el martillo: en el momento en que decidimos dejar de ser personas receptoras de violencia y nos atrevemos a poner límites a la ofensiva, la agresión, las formas imperativas, la indulgencia que también enmascara control, nos convertimos en las malas, las brujas, las intolerantes, entre otras cosas: todo menos personas que hacen uso y ejercicio del derecho a defenderse, poder que parece residir entre las piernas y/o ser exclusiva de la identidad de género masculina.

Una mujer que se defiende “es violenta”, y su defensa no es sino “violencia” injustificada, excesiva. “A la agresora tolerancia cero”, dicen imágenes compartidas incluso por otras mujeres, aludiendo a aquellas que restringen la visita de los padres a los hijos e hijas.

A mí me toca ver todos esos casos en los que las mujeres son víctimas de violencia en el hogar, y tienen el valor de divorciarse para después ser violentadas por jueces y juezas, ministerios públicos que les quitan la custodia de sus hijos e hijas para ser entregadxs a los antiguos agresores, quienes además obtienen pensión de ellas.

Ellas deben aceptar pasivamente la violencia que vivieron y posteriormente la del sistema que apoya y protege al agresor, así como el odio de sus hijos e hijas, que les reclaman ser “buenas madres”. Esto no es una apología al “victimismo”, es una consciencia de lo que vemos a diario en casos a los que brindamos acompañamiento en la organización a la que pertenezco. Una realidad que se rompe extraordinariamente en casos de hombres que reclaman las visitas de sus hijos e hijas y/o que podrían compartir la custodia.

En suma, la autodefensa, se trata de un asunto de poder que no es admitido en las mujeres. Creo que ni siquiera muchas de nosotras estamos seguras, ¿hasta dónde puede llegar la autodefensa?

Pedro Valtierra

Imagen: Pedro Valtierra

El odio a la autodefensa

En una ponencia presentada en un panel con el tema del poder y las mujeres, inicié con un epígrafe donde cito el fragmento de una carta que analiza Tzvetan Todorov en La conquista de América:

Mientras estaba en la barca, hice cautiva a una hermosísima mujer caribe, que el susodicho Almirante me regaló y después de que la hube llevado a mi camarote, y estando ella desnuda según es su costumbre, sentí deseos de holgar con ella. Quise cumplir mi deseo pero ella no lo consintió y me dio tal trato con sus uñas que hubiera preferido no haber empezado nunca. Pero al ver esto (y para contártelo todo hasta el final), tomé una cuerda y le di de azotes, después de los cuales echó grandes gritos, tales que no hubieras podido creer sus oídos. Finalmente llegamos a estar tan de acuerdo que puedo decirte que parecía haber sido criada en una escuela de putas.”

Esta frase, escrita hace más de 450 años, resume lo que aún sucede cuando una mujer decide defenderse, defender su cuerpo, su dignidad, su honra o sus ideas. Lo que sobreviene es el castigo, y la pasividad-miedo posterior se entiende como una característica deseable, pero al mismo tiempo de renuncia de la dignidad.

Al respecto, el mismo Todorov apunta: “…en una impresionante síntesis, permite identificar a la india con una puta; impresionante, porque aquella que rechaza violentamente los avances sexuales se ve equiparada con aquella que hace su profesión de dichos avances. Pero ¿no es esa la verdadera naturaleza de toda mujer, que puede ser revelada tan sólo con azotarla lo suficiente? El rechazo sólo podría ser hipócrita; si rascamos un poquito la superficie de la melindrosa, descubrimos a la puta. Las mujeres indias son mujeres, o indios, al cuadrado: con eso se vuelven objeto de una doble violación.[2]

Al final de cuentas la violencia contra las mujeres es la consumación del ejercicio del poder, el control sobre un “débil” cuya subyugación se ha consolidado a través de los años, apoyada en estructuras rígidas, la vulneración de los derechos a la libertad, a la autodeterminación, a una vida libre de violencia y al respeto al cuerpo femenino.

La estructura misma del control y el poder detrás de la violencia, el carácter hegemónico que entraña, ligado a los rituales de la pubertad, la hombría y el territorio, en el cual las mujeres, las chicas “casaderas” forman parte de esa “propiedad” sobre la que los varones reclaman tutela y potestad, ya sea como hijas, cuando ellos disponen quién y bajo qué ritual ha de merecer a la desposada, o como parejas, a las que “rondan”, o raptan, como parte de una forma considerada “galanteo” en la que, una vez más, el matrimonio es la recompensa para ella y la familia que, de no aceptarlo, verá afectada “la dignidad de la casa”, pero no la de las hijas, sino la del hombre de la familia. Ellas no existen como sujetas de valor, es el nombre de la familia el que “se mancilla”. Algo que hoy escuchamos como “el daño a la comunidad a través del cuerpo de las mujeres”.

En esta misma época, lo que perciben es que “las mujeres deben mantenerse en su puesto para confirmar al hombre como tal; a las mujeres se les exige pasividad, ser dulcespasivo-receptivas y alejadas de la violencia. La que se abandona a la agresividad parece anormal, por no decir totalmente otra. La madre que mata a su hijo todavía lo es más, es una loca, una desnaturalizada o está profundamente perturbada.”[3]

Entonces entendemos por qué plantearnos la autodefensa nos lleva a confrontar a todo un sistema de control, poder y dominio sobre nuestros cuerpos, pero también sobre nuestras capacidades de disentir con el discurso histórico patriarcal de ser sujetas pasivas-receptoras de la violencia.

La autodefensa, el grito que desarma

La primera vez que leí de los grupos de feministas que se organizaban para salir a las calles en reclamo de la autodefensa, guardé el texto, la imagen y reflexioné acerca de lo que significaba que las mujeres abandonáramos la actitud pasiva-receptiva y nos atreviéramos a salir a la calle a manifestarnos y a reclamar nuestro derecho a andar libremente. Vencer el miedo, salir a la calle de noche y caminar, no bajar la mirada, sostenerla y también ponerme la falda que yo quiera sin pensar si mis nalgas se marcarán si no me pongo la blusa por fuera.

Por principio, nos podemos poner de acuerdo en que agredir al violentador no es violencia; es defensa. La diferencia entre la agresividad y la violencia es que la primera es instintiva y es para protegernos, en tanto que la segunda se enmascara en toda una serie de apuestas y construcciones sociales que garantizan al agresor que nosotras no responderemos.

Hay una resistencia a la autodefensa; nos enseñaron insistentemente, está grabado en años de dominación y sometimiento que no está bien, que lo nuestro deben ser las palabras, la razón y la prudencia. Pero, ¿qué se puede hacer cuando hay lugares como México donde las noticias a diario son feminicidios, violaciones, acoso sexual en los espacios públicos, hostigamiento laboral, violencia institucional?

¿Tememos que seguir siendo pasivo-receptivas a esa violencia y apenas atrevernos a escribir sobre lo que está sucediendo?

Las imágenes de mujeres organizadas para defender a otras mujeres en la India, las noticias de una abuela que defendió a machetazos a su nieta de un agresor ¿son una alternativa? En realidad es un camino inevitable frente a la violencia y la apatía de las autoridades, es decir, las mujeres podemos generar acciones defensivas, contrariamente a lo que nos ha enseñado a pensar y a creer el patriarcado.

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El Ejército de los saris rosas en la India.

No significa que salgamos a perseguir a posibles agresores, pero sí implica que frente al ataque respondamos con valor y determinación, incluso si la agresión se formula con palabras, aunque eso signifique dejar de ser las “buenas chicas” que el sistema formó. Eso implica transformar los discursos de la obediencia y el silencio por la palabra, por el grito de alerta, por hablar con otras y establecer redes de apoyo y comunicación entre nosotras; generar mapas de lugares en los que se han cometido ataques sexuales contra las mujeres y difundirlos utilizando las redes sociales, denunciar y realizar acciones organizadas, y aplicar este mismo formato para la Internet, es decir intervenir, difundir y compartir los perfiles identificados como de agresores y establecer vías de bloqueo y denuncia, no aceptar sus agresiones bajo ninguna circunstancia desde el primer momento.

No podemos a estas alturas darnos el lujo de ser pasivo-receptivas o de mostrar miedo; si lo hacemos, retrocedemos, perdemos en el avance en los espacios virtuales que hemos ganado paso a paso desde el feminismo.

La primera autodefensa es mirar qué está bajo nuestro control hacer para evitarnos situaciones de acoso, hostigamiento, violencia machista o invasión de “machirulos” protagónicos que buscan muros feministas o espacios de mujeres para hacerse notar. Hay que bloquearlos, tolerancia cero con esos “galancitos” que buscan “damitas” para hacerles el “día bonito” o que vienen a dar lecciones de sabiduría a las mujeres, que vienen a traernos la luz de su “sapiencia”, fundada en su falocentrismo. Así de simple, a la mierda con los convencionalismos de aceptarlos o admitirles siquiera los buenos días.

mujeres-19Imagen: feministas.org

Fuentes:

[1] Utilizo el término “hombrecito” en alusión al poema de Alfonsina Stroni “Hombre pequeñito”.

[2] La conquista de América, Tzvetan Todorov, 2014.

[3] Historia de la Violencia, Robert Muchembled.

4) Imagen principal del artículo:  A femme fatale thrashing by Robert Mcginnis, via comicsalliance.com and http://noirwhale.com/2012/01/31/noir-art-robert-mcginnis/

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La maternidad huérfana. Por Argentina Casanova https://www.laquearde.org/2015/06/10/la-maternidad-huerfana-por-argentina-casanova/ https://www.laquearde.org/2015/06/10/la-maternidad-huerfana-por-argentina-casanova/#respond Wed, 10 Jun 2015 20:00:16 +0000 https://www.laquearde.org/?p=2951 La piedad, obra renacentista de Miguel Ángel, ilustra con su propuesta estética de belleza y juventud el numen de la maternidad occidental moderna. Al final de la Edad Media empiezan a perfilarse las instituciones sociales occidentales, la modernidad define la virilidad en su contexto de control y dominio, y ubica a las mujeres en los espacios …

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La piedad, obra renacentista de Miguel Ángel, ilustra con su propuesta estética de belleza y juventud el numen de la maternidad occidental moderna. Al final de la Edad Media empiezan a perfilarse las instituciones sociales occidentales, la modernidad define la virilidad en su contexto de control y dominio, y ubica a las mujeres en los espacios privados, pero también como “reproductoras” de hijas e hijos, particularmente de estos últimos, continuadores de la estirpe familiar.

Es a finales del Siglo XVIII cuando las mujeres empiezan a cuestionarse el papel histórico madre-nodriza como parte de un sistema social en el que, al igual que La piedad, es presentado junto a los ideales de abnegación, entrega, amor y, por supuesto, la perfección, alcanzada con la hija o hijo  en brazos.

La maternidad constituye, por mucho, un tema fundamental en la reflexión feminista. Hace unos días escuché a una amiga decir: “Yo no tuve hijas/os porque no lxs iba a criar sola, y porque no encontré a un hombre responsable con quien compartir esa tarea”. Hablar de maternidad nos obliga a establecer diferencias y a romper premisas ligadas a ella en automático por la sociedad. La primera de ellas es suponer que parir implica forzosamente la maternidad y, a la inversa, que la maternidad está ligada a “darle uso al cuerpo femenino para lo que fue hecho”.

En los últimos años he perfilado con mayor claridad la razón del por qué sí y por qué no a la maternidad a partir de la reflexión que como feminista he hecho acerca de los procesos que vivimos las mujeres en relación con este hecho: por un lado somos hijas y forzosamente tenemos un “ideal” de maternidad en relación con nuestras madres; por otro, tenemos la posibilidad de ser madres y vivimos o convivimos con mujeres que son madres, y finalmente, a las que trabajamos en la defensa de los derechos de las mujeres nos toca ver de cerca todos aquellos casos que constituyen el ideal negativo de la paternidad, que lleva a las mujeres a vivir condiciones de marginación, violencia y falta de acceso a la justicia. Esto forzosamente nos conduce a la reflexión acerca de la maternidad y su relación con las paternidades, pues al final son las mujeres quienes se enferman por sobrecarga de trabajo para “sacar adelante a las y los hijos” cuando sus padres les niegan los alimentos, el nombre o la identidad.

Las mujeres vivimos en una sociedad en la que a diario nos bombardean con mensajes acerca de lo bueno que es ser madre, pero que omiten mencionar que más del 25% de los hogares es sostenido por mujeres que se matan trabajando porque sostienen solas a sus hijas/os.

También omiten mencionar, por ejemplo, que los hospitales y las instituciones niegan el acceso a los recursos necesarios para decidir libremente la maternidad cuando una mujer está embarazada y no desea ese producto. “Los médicos me dijeron que no era lo que quería, sino lo que había”, argumenta una mujer en una entrevista al hablar sobre el método anticonceptivo que falló y que le fue impuesto en un hospital.

¿Realmente las mujeres estamos decidiendo la maternidad? Yo creo que no, y no sólo por las negativas a la interrupción legal del embarazo en todo el territorio nacional (con excepción del Distrito Federal, en donde no es considerado delito hasta la semana 12), sino porque tampoco las que no tienen hijos están eligiendo esta condición, pues se ven forzadas a decidir a partir de las dificultades que saben que afrontarán si consienten ser madres, ya sea en solitario o en pareja.

Por una parte se trata de que no existen las condiciones sociales de igualdad para que una mujer pueda tener una hija/o y continúe contando con las mismas posibilidades de éxito profesional, de concluir una carrera académica o de tener acceso a becas, empleo, a tiempos productivos, a dedicar al cuidado de sus hijas/os horas que podrían dedicar a investigación, bajo la conciencia de que podrían ser llamadas egoístas y malas madres, entre otras linduras.

Incluso mujeres feministas, académicas, mujeres activistas que han decidido tener hijas/os en pareja, afrontan la dificultad de que son ellas las que deben asumir casi el 70% del tiempo que requiere su cuidado, y si deciden separarse de la pareja, padre de la hija o hijo, las probabilidades de que sean ellas las que se queden con “la cría” es casi del 95%. “Están más seguras/os y bien cuidadas/os con la madre”, es lo que se les oye decir a brillantes, solidarios y “sororales” varones que dejan a sus ex compañeras al cuidado de las hijas e hijos que ellos sólo verán un par de veces a la semana. Son ellas las que reparten el tiempo de academia en el cuidado de las y los hijos, son ellas las que están obligadas a llevarlas/os a la oficina. Son ellas las que deben renunciar a toda búsqueda de una beca en otro país mientras sean pequeñas/os. ¿Realmente están decidiendo y optaron por esa maternidad, o no les quedó otro remedio que asumirla cuando ya la tenían y se quedaron solas cuidando a las o los hijos? Mejor aún, ellas pueden llegar a argumentar “él es buen padre, la (lo) cuida en las vacaciones”.

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La disyuntiva no es nueva. Charotte Perkins, autora de El tapiz amarillo (1892), vivió este dilema y decidió dejar con su padre a su hija, que fue criada por la segunda esposa de éste, cuestión que se refleja en la novela, pero también en la crisis que vivió Perkins a partir de esta decisión. Cuando la mujer decide construir su maternidad en el día a día es cuando realmente está eligiendo; no es una decisión que dura un día a partir del momento en el que acepta el embarazo o cuando va a parir, es una elección que debe construir todos los días, con la conciencia de todo aquello a lo que deberá renunciar en una sociedad que todavía exige y espera esa renuncia de las mujeres con la condición de permitirles ser “madres”.

No estamos decidiendo la maternidad ni siquiera aquellas que no tenemos hijas/os, como dijo la amiga que cité al principio, y coincido con ella en la razón de mi no maternidad. Tenía el deseo de ser madre pero no quería quedarme cuidando y manteniendo sola a una hija/o, y eso sí lo decidí con el tiempo, al ver a las mujeres que vivían las maternidades elegidas con un compañero y que al final terminaron criando solas a sus hijas/os, porque de nosotras se espera que seamos las fuertes que asuman la responsabilidad a la que el otro renuncia, pero también el cansancio y la fatiga, la renuncia de aquellas que vivieron su maternidad solas aparentemente por “elección”, pero con la doble o triple carga de una sociedad aún no hecha para las madres.

Es decir, por un lado se espera que las mujeres tengamos hijas/os, pero al mismo tiempo se restringe o no existe alguna condición social que pueda contribuir a hacer menos difícil esa tarea y a otorgarnos escenarios de igualdad que reconozcan la desigualdad histórica, y por tanto que reconozcan la maternidad como una tarea necesaria dentro de los procesos productivos.

A ninguna académica le otorgarán puntos por una hija/o como por publicar textos, como a ninguna mujer le otorgarán un descuento en la tienda porque es madre sola y está haciendo también el trabajo que le toca a otro. No hay espacios en las oficinas para que las mujeres lleven a sus hijas/os, y si esto sucede son vistas con recelo, en tanto que se admira y pondera al hombre que lleva a la hija o hijo al trabajo después de pasar por ella/él, porque ese día la madre tuvo algo que hacer.

Nos falta explorar en el reconocimiento de las maternidades sin la carga social-cultural que tiene imbricada y que es resultado del sistema patriarcal en el que vivimos, que nos dice qué significa ser madre y qué no. No sólo por la apología a la maternidad como un estado de decisión construido con bondades y cualidades, sino para reconocer las sobrecargas impuestas y ligadas a la maternidad perversamente para que inconscientemente seamos las mujeres las primeras en defender esas obligaciones como valores adicionales femeninos, o sin someter a discusión que la maternidad es un concepto cerrado y patriarcal, en tanto madre-cuidado.

La relación con mi madre, quien se fue a otra ciudad cuando yo tenía 8 años, me condujo a pensar en este punto dentro de mi feminismo en una ausencia construida desde el patriarcado. Fue a través del feminismo que pude entender que ella ejerció su libertad a vivir, como Charlotte Perkins. Empecé por cuestionar la reproducción del discurso patriarcal que demandaba su presencia en mi vida. ¿Quién dice hasta qué edad una madre “debe” cuidar? ¿Quién dice cuántos hijos debe tener y cuándo tenerlos? ¿Quién dice que las mujeres realmente estamos eligiendo cuando elegimos no tener hijas/os porque vivimos en una sociedad desigual para nosotras, y porque esa desigualdad se agudiza con la maternidad, que resulta ser la condición más huérfana de las mujeres? ¿Cómo hemos construido nuestra noción de maternidad en gran medida con base en discursos patriarcales?

A veces las preguntas nos conducen a la reflexión.

 

Imagen de portada: Sistema Nacional de Fototecas

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