Camila, 5 años
Atendida en el consultorio pediátrico de un hospital por escoriaciones vulvares. Su madre dice que debe haberse lastimado en los juegos de la plaza. En la consulta, la niña está distraída y no presta atención a las preguntas del pediatra, hasta que la interroga una enfermera especializada. A ella le refiere: “Mi hermano juega conmigo a encontrar una llave que se le perdió. El hermano, ¿cuántos años tiene? “No sé, es el que está casado”.
Celeste, 7 años
Presenta ansiedad constante y escasa atención en clase, con bajo rendimiento. No simpatiza con ningún adulto, juega compulsivamente con sus amiguitas, aún obligándolas. No tolera ningún tipo de limitaciones y maneja muy pobremente la comunicación verbal. La madre registra la situación y dialoga con ella. Al principio no cuenta nada; ante la insistencia materna, relata de manera entrecortada y con mucho esfuerzo que uno de sus tíos la obliga a masturbarlo.
Manuela, 4 años
En el jardín maternal su maestra registra enuresis secundaria (1), elevada ansiedad, máximo interés por ver a sus compañeros varones en el baño y reiterados intentos de quitarles la ropa. Ante la determinación de la docente por conocer las posibles razones de esta conducta, y luego de la intervención del psicólogo institucional, la madre admite que su esposo es “muy cariñoso con ella… quizás demasiado… la baña él solo, le revisa el cuerpo todos los días, la lleva a la cama matrimonial para dormirla, desnudita… se encierra con ella para contarle cuentos… eso, ¿está mal?
Ejemplos similares a éstos formarían una larga lista. En cada hospital del Gran Buenos Aires se atienden decenas de casos por mes; no se conocen estadísticas de establecimientos privados. Sin embargo, la mayoría de los casos no llegan a ser atendidos porque no son detectados, o se los registra en la familia pero no se da a conocer la situación, o aún, se la considera normal. Estas situaciones ignoradas corresponden sobre todo a niñas no escolarizadas.
Muchas veces la familia no ve las señales, las niega, las minimiza, las lee mal o las ve pero no indaga, no habla con las víctimas. De eso no se habla. Y cuando se habla no se quiere saber demasiado: ni cómo pasó, ni durante cuanto tiempo, ni quién cometió el abuso. Si los síntomas son muy evidentes, por lo general se busca un culpable fuera de la familia, lo más lejano y desconocido posible, y si es alguien fácil de estigmatizar por factores sociales, culturales, étnicos, mejor.
Si es la propia víctima quien, venciendo el miedo, refiere la situación e identifica al abusador como alguien de la familia o muy cercano, se le cree a medias, restándole importancia a los hechos, o no se le cree, con lo que se la deja en total desamparo y además se la vuelve a victimizar mediante la sospecha.
Hasta aquí me he referido a algunos ejemplos de ASI – Abuso Sexual Infantil en niñas prepúberes. Un párrafo aparte merecen los casos en que el abuso se concreta en niñas algo mayores, con el resultado de un embarazo.
Hace pocos días fue noticia una niña paraguaya de 10 años violada y embarazada por su padrastro. Escribo “fue” noticia porque ya nadie, salvo las organizaciones especializadas, habla de ello.
Éste, y en menor medida los casos antes enumerados, son una forma de infanticidio. Digo en alguna medida porque aquellas niñas tuvieron acceso al hospital o a la escuela relativamente a tiempo, pero muy relativamente, porque en todos los casos siguieron viviendo con el perpetrador del abuso, aunque con algo de control de las instituciones involucradas.
En los casos en que se produce un embarazo, la salida es siempre altamente traumática para la víctima. Aun lo es en la mejor de las situaciones, cuando se puede interrumpir el embarazo, porque esta circunstancia no deja de ser una compleja e intrincada red nefasta para la víctima: estafada por alguien de su confianza, corrompida, forzada, lastimada física y mentalmente, muchas veces opta por no decir nada porque sabe que no le van a creer, y recién cuando el embarazo se hace evidente logra que alguien le preste atención. Si aborta, a menudo vuelve a ser violada por el mismo hombre, consciente de que si una vez se pudo borrar la consecuencia física de su crimen, puede volver a cometerlo impunemente.
Se ven en los hospitales jóvenes veinteañeras arruinadas, con la inocencia, la juventud, la frescura robadas por siniestros personajes que deambulan muy tranquilos por la vida y que conservan su lugar en la familia: padres, padrastros, hermanos, tíos, cuñados. Chicas que acuden en general por dolencias ginecológicas, producto de abortos a repetición, y de la actividad sexual, con su abusador y/o con otros hombres, sin ningún cuidado, sometidas como objetos inertes a los que ellas consideran como sus dueños.
En los casos en que los embarazos de niñas y adolescentes siguen su curso y nace la/el bebé, la suerte no es mejor. Por la misma falta de protección y cuidado que las precipitó en esa situación trágica, las niñas ignoran todo respecto de la/el misma/o, dado que casi nunca logran sentirla/o como hija/o. No puede ser de otra manera. No se puede pretender que una niña de 10 años se haga responsable de una hija/o. Lo que sucede entonces, en la mayoría de los casos, es que este fruto de la violencia más ominosa, si tiene buena salud, termine siendo hija/o de nadie; lo cuida un poco la madre, otro poco la abuela, la tía, la vecina… Y si tiene mala salud, será hija/o de un hospital, de un asilo o de la calle.
A esta altura, cabe preguntarse la razón del título de este texto. El sacrificio es, grosso modo, una ofrenda hecha a los dioses o entidades superiores, pero también algo a lo que uno se somete con rechazo y repugnancia.
No hay duda que de la segunda acepción del término corresponde a los casos citados y a todos los abusos de hombres adultos hacia niñas. Pero, ¿y el primer significado? ¿La ofrenda?
La ofrenda se ve con claridad cuando el violador es un miembro de la familia, un miembro importante por alguna razón: porque es el padre o su sustituto, porque mantiene el hogar, porque es el hermano privilegiado que estudia, porque es un hombre relevante de alguna manera en la comunidad.
Entonces, en aras de la cohesión familiar, o de la economía de la casa, o del lugar de la familia en el grupo social, o de cualquier otra razón similar, se “sacrifica” a la pequeña niña, a escondidas, en silencio, sin hablar del tema, sin creerle cuando se queja de la violencia sufrida. Ocasionalmente, se comenta “ella se lo buscó”, argumento por completo perverso.
Ahora bien: por qué estos hombres hacen esto?
¿Son sujetos hipersexuados? Nunca, o casi nunca. ¿Carecen de otra forma de darle curso a su pulsión sexual? No, la mayoría de las veces tienen mujer, novia, amante. ¿Son enfermos? Sí, peligrosamente enfermos. Peligrosos para sí y para terceros, como exige el código penal para quitarles la libertad, ya sea internándolos o encarcelándolos.
Peligrosos porque en el fondo de su conducta aberrante no hay un deseo de sexo, sino de destrucción. Así lo considera la psiquiatría francesa actual que se dedica a las violaciones.
Tomar el cuerpo de otra persona y usarlo para propia satisfacción sin su consentimiento ya es violencia, pura pulsión de dominio, de poder. Cuanta mayor sea la inferioridad de la víctima, por edad, condición, salud, estado de dependencia, etc., mayor es la violencia que se ejerce por parte del adulto hombre, y la violencia siempre es destrucción.
Destrucción de las membranas corporales, de la integridad sexual, de la identidad, de la autoimagen, de la infancia, de la pubertad, de la adolescencia… Esta ruptura, una vez producida, no puede de ninguna manera ser reparada, y, en el mejor de los casos, puede ser elaborada, cicatrizada. El mejor de los casos no es el más frecuente.
En Argentina hay una asociación que trabaja sobre este tema muy a pulmón, sin casi nada de ayuda oficial, AVIVI – Ayuda a Víctimas de Violación. Muchos de los conceptos plasmados en este texto coinciden con su visión de esta tragedia cotidiana.
(1) El manual DSM-IV define este trastorno como la emisión repetida de orina en la cama o en los vestidos (sea voluntaria o intencionada) a una edad mayor de la normal. Se debe manifestar al menos dos veces por semana durante tres meses consecutivos. En el caso de la enuresis secundaria, el fenómeno no se había presentado por lo menos durante seis meses antes. Fuente: https://scp.com.co/precop/precop_files/modulo_4_vin_1/precop_ano4_mod1_enuresis.pdf
Imagen de portada: http://1mujerdescalza.escribirte.com.ar
Imagen interna: Eduardo Islas
Sistema patriarcal, en crisis, pero que no quiere ceder, secresiste… Y las madres, que podrían estar ahí para evitar los abusos, siguen estando sumisas al macho.