Olas de piña y plátano coronan el Mar Caribe. Esas oleadas tercas anuncian tierras fecundas, que son custodiadas por mujeres y hombres roble que saben crear comunidad.
Ese oleaje escolta las elevadas planicies y los valles profundos de Honduras, nación de copal y calenda, cuna de mujeres de coraje caudaloso, que aman la tierra y reivindican su historia.
Al departamento de Intibucá no le hace falta desembocar en esas olas para replicar la fuerza del mar. Sus serranías son refugio de indígenas lenca, contra quienes se cometen las más graves injusticias. Estas injusticias, sin embargo, lejos de vencerlos, las y los organiza; esta comunidad encontró esperanza en la voz de su compañera de batalla: Berta Isabel Cáceres Flores, asesinada el pasado 3 de marzo, cuando la ambición de empresas hidroeléctricas y mineras embonó a la perfección con un Estado infecto.
Sangre de lucha y resistencia
Berta nació el 3 de marzo de 1972, en la Esperanza, Intibucá, aldea lenca que perdura frente a la globalización y el capitalismo que con los años reducen a mero atractivo turístico las tradiciones hondureñas. Sus venas estaban cargadas de la firmeza indígena, la misma que llevó a Lempira (señor principal Lenca) a organizar una guerra de resistencia contra la colonización española, que duró cerca de 12 años.
Aquellos ojos redondos pasaron la infancia y adolescencia observando a su madre: Austra Bertha, indígena de lucha y defensa que enseñó a su hija mediante sus actividades de enfermería y partería que la comunidad tenía hambre histórica de justicia, y que ésta sólo se calmaría con exigencia.
Austra fue una de las primeras mujeres de la comunidad en buscar el apoyo de organismos internacionales y de Derechos Humanos y así detener las injusticias contra la comunidad indígena; sembró en su hija la semilla que la llevaría a enfrentarse con compañías hidroeléctricas y mineras.
Con la conciencia sacudida por su madre y la convicción de que un mundo mejor es posible, durante su juventud sus manos alcanzaron no sólo a las y los integrantes de su pueblo: durante la década de los 80 también ayudó a quienes huían de la guerrilla de El Salvador para resguardarse entre las montañas sabias de Honduras.
Con más experiencia en movimientos de organización, en 1993 Berta Cáceres junto con su entonces pareja, Salvador Zúñiga, fundó el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH).
Cuidar lo que es de una
Desde el COPINH, Berta gritó que el pueblo lenca estaba cansado de ser invisible para el Estado, que no permitiría la depredación capitalista, racista y patriarcal, y anunció que la comunidad seguiría siendo guardiana ancestral de los ríos y bosques hondureños.
Uno de sus primeros objetivos fue la reivindicación de la identidad indígena, negada por un Estado que se empeña en parecerse a quienes lo tienen saqueado. Así, el COPINH logró que dejaran de ser prohibidas e ilegales las prácticas ancestrales de compostura de la tierra y purificación de los ríos.
Como había que empezar por devolver a las familias lo que desde siempre les perteneció, el Consejo exigió los títulos comunitarios de propiedad de la tierra para después dedicarse a la defensa del territorio y dar batalla a los colosos internacionales.
Los primeros gigantes a vencer fueron las industrias explotadoras de madera, que querían dejar los bosques sin habitantes. Con la experiencia ganada, el COPINH pudo enfrentar después a 15 proyectos hidroeléctricos que buscaban privatizar los ríos: algunos de ellos recibirían financiamiento del Banco Mundial.
Pasos firmes llevaron al COPINH y a su líder a marcar la historia y construir un futuro distinto, decidido a que se reconocieran formalmente sus derechos y su identidad. Con ánimos inquebrantables, mujeres y hombres lencas sostuvieron una movilización que duró 11 días y 11 noches frente al Congreso Nacional, después de la cual se ratificó finalmente el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre pueblos indígenas y Tribales.
Nunca hizo falta la violencia en las movilizaciones; la voz lenca dejaba claro que su objetivo no era pedir nada al gobierno, sino recuperar lo que les correspondía, y reclamar que los gobernantes cumplieran con el trabajo que les había sido encomendado: proteger a toda la ciudadanía.
Para Berta reclamar los derechos del pueblo lenca, defender el territorio y resguardar la espiritualidad de las tradiciones no era suficiente, por ello desde el COPINH trabajó por sus compañeras, las mujeres de su comunidad, y encaminó sus pasos a que también se reconocieran sus Derechos Humanos, para que tuvieran acceso a mejores condiciones de salud y educación. Conseguir que las mujeres fueran partícipes de las decisiones de la comunidad fue una de sus metas, objetivo que sólo pudo lograr al encontrar aliadas feministas en el camino.
En medio del proceso electoral que Honduras celebró en noviembre de 2013, Berta transmitió a un grupo de periodistas internacionales cuál era su visión de lucha: “Nunca hemos pedido caridad o migajas; es un derecho de las comunidades tener una escuela, una casa de sanación y justicia de las mujeres. El reconocimiento de los derechos de las mujeres no es un favor: es una obligación del Estado. Pero no sólo son obligaciones, yo peleo porque mis compañeras asuman sus responsabilidades; las mujeres tenemos un papel histórico de empujar la refundación y reconstrucción de una nación, proceso que se construye por adelantado y se tiene que ver expresado en esos cambios de posesión de poder entre mujeres y hombres, así como en las prácticas y las conductas que tenemos”.
Hay que defender la rebeldía
Todo el trabajo que realizó Berta generó ambivalencias. Sus cabellos negros nacieron para trabajar por su comunidad. Su labor ponía al descubierto el abandono y exclusión en la que el gobierno mantenía a una comunidad ancestral, que dio vida y origen a lo que hoy es Honduras, y que frenaba la ambición capitalista de inversionistas extranjeros.
Su rebeldía le valió, además del cariño y reconocimiento de su gente, la admiración y el respeto de organizaciones nacionales, que acudían a ella en busca de un consejo de resistencia. Su voz resonó a nivel internacional e hizo que otros países supieran que Honduras no era un rincón turístico del planeta, que en esa nación habitaban mujeres y hombres que merecían tener una vida digna. Cuando la mirada internacional estaba puesta en sus senderos surgieron solicitudes de ayuda y peticiones de protección para la ambientalista, que desgraciadamente no tuvieron eco en las autoridades hondureñas.
Muestra de la inspiración que generaba son el Premio Shalon 2012, que se otorga en Alemania a las personas e iniciativas que defienden los Derechos Humanos y luchan por la justicia, y el reconocimiento que le otorgó el Premio Front Line Defenders, del que fue finalista dos años después en Irlanda.
“¡Despertemos! ¡Despertemos Humanidad! Ya no hay tiempo. Nuestras conciencias serán sacudidas por el hecho de sólo estar contemplando la autodestrucción basada en la depredación capitalista, racista y patriarcal”, pronunciaron los labios pequeños de Berta, con una voz que llegó a todo el mundo el 4 de abril de 2015 cuando recibió el Premio Medioambiental Goldman, también conocido como el Nobel Verde, que ella dedicó a su madre y a “todas las rebeldías”.
Pero sus palabras también destrozaron las ambiciones de quienes buscaban explotar territorios que no les pertenecían.
Desde sus primeras movilizaciones, Berta fue blanco de ataques y señalamientos. Los primeros cuestionamientos -los de siempre- sexistas y discriminatorios. Nadie podía creer que una mujer tuviera ese poder de convocatoria y organización, la acusaron de corromperse, de favoritismos, de trivialidades; lo único cierto es que esa mujer tenía la convicción de cambiar las condiciones de pobreza de los más de 400 mil lencas que habitan el país.
El 1 de abril de 2013 la zona indígena que rodea al Río Blanco decidió hacer uso de su autonomía y control territorial ante la amenaza del proyecto hidroeléctrico de la empresa DESA “que se presenta como hondureña” y que, para lograr su objetivo, comenzó meses antes una ocupación militar para “intimidar al oprimido”.
Fue así que el 24 de mayo de ese año, cuando Berta se trasladaba a una reunión junto con un compañero, fue interceptada por un batallón de militares que le “sembró” un arma en su camioneta. Fue detenida un día entero, acusada de los delitos de portación ilegal de armas y contra la seguridad del Estado.
A esa acusación penal en su contra, se sumó la provieniente de la empresa DESA, que la acusó de “usurpación de daños continuados” y “coacción”, sin que alguien pudiera entender a qué se referían esos delitos.
Durante la audiencia judicial (que duró dos días completos), DESA manifestó que la presencia de Berta en el COPINH había provocado que ellos perdieran más de 3 millones y medio de dólares.
Uno de los argumentos que la empresa internacional utilizó para acusarla de iniciar la violencia es que los indígenas “no saben pensar y que necesitan a alguien que les esté diciendo qué decir”.
Además de las demandas penales, Berta no paró de acumular amenazas de muerte, actos de hostigamiento, intimidaciones, mismas que la llevaron a mandar a sus hijas lejos de aquellas cordilleras.
Gualcarque, símbolo de resistencia
Entre las montañas occidentales -hogar de más de 7 mil especies de flora y fauna- destaca la cordillera de Puca o Palaca; donde se enraíza el Río Gualcarque, corriente sagrada para el pueblo lenca, comunidad que convive con esas riquezas desde hace más de 500 años.
Igual que la gente que lo custodia, el también llamado Río Blanco es fiero. Tras caer de la cordillera se encuentra con el Río Ulúa. Ya unidos y en una sola corriente bañan el Valle de Sula y desembocan en el océano.
El poderío de esas aguas tiene una explicación: en ellas viven espíritus de niñas aguerridas. Así lo cuenta la leyenda lenca y así lo reconocen quienes gritan “los ríos no se venden, se cuidan y se defienden”.
Gualcarque sólo necesitaba la energía de esas niñas para perpetuarse; hasta que un día su riqueza se convirtió en maldición. Sujetos ajenos a la tierra hondureña se propusieron embalsar el agua en un cauce fluvial artificial para elevar su nivel, es decir construir una represa, el río sagrado dejaría de ser vida e identidad del pueblo Lenca, y generaría energía para desconocidos.
SYNOHYDRO, la empresa más grande del mundo en construcción de empresas hidroeléctricas logró, como es costumbre, que una empresa Hondureña fuera su prestanombres para gestionar la expropiación del río y sus riquezas.
Herederos de la resistencia lenca, los cabellos negros de Berta Cáceres no iban a permitir el despojo, el COPINH iba a defender el cauce de leyendas y sanación, sin importar las represalias que pudieran venir.
En honor a su palabra de ser guardianas ancestrales del Río Blanco, el 1 de abril de 2013 familias de 28 comunidades lencas excavaron una zanja a lo ancho de la carretera que comunica al Río Blanco con el resto de Honduras y se instalaron a la sombra de un árbol de roble, dispuestos a pasar ahí el tiempo que fuera necesario para defender las corrientes mágicas. Esa lucha trascendió a todo el territorio nacional y obtuvo el respaldo de organismos internacionales.
Al ver que a las y los indígenas lencas (que improvisaron hornillas para cocinar el nixtamal y los frijoles) nadie los movería de aquel roble, de inmediato su voluntad se vio cuestionada, se dijo de todo: desde que esas personas no eran lencas, ni vivían en las comunidades, hasta que estaban siendo manipuladas por Berta Cáceres.
La realidad es que no fueron ni el COPINH ni su dirigente quienes organizaron la resistencia, fue iniciativa de las mismas comunidades, que, ya instaladas bajo las ramas del roble, buscaron el apoyo de la mujer de copal y calenda, quien asumió esa iniciativa como una de las luchas que había que ganar. Aunque sabía que iba a ser una batalla difícil, Berta no cesaba de afirmar que iban a triunfar, pues “se lo había dicho el río”.
Berta no murió, se multiplicó
“¡Los pueblos indígenas somos fuertes! A pesar de 522 años de opresión, de esclavitud, de exterminio. ¡Existir hoy como pueblos quiere decir haber demostrado la fuerza que tenemos!” fue una de las afirmaciones más contundentes que Berta hizo cuando encabezaba la lucha contra la represa hidroeléctrica Agua Zarca, que buscaba apropiarse del Río Blanco.
Agua Zarca no ha logrado construirse por completo gracias al temple de quienes custodian el agua y sus espíritus, sin embargo, sus múltiples intentos por consolidarse la han convertido en la represa de la muerte.
En julio de 2013, durante una manifestación pública, fue asesinado Tomás García, compañero del COPINH y, por su puesto, de Berta, quien no dudó en manifestarse para exigir justicia por ese cruel asesinato.
A partir de ese momento, las amenazas devinieron en presagios de lo que estaba por venir. Para proteger a la custodia ancestral del río, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos solicitó a la Secretaría de Seguridad Pública hondureña medidas cautelares para Berta. Mientras las medidas a favor de la defensora nunca fueron ejecutadas, un fuerte dispositivo de seguridad custodiaba las instalaciones de Agua Zarca.
Cansada de que cuestionaran la fuerza con la que seguía realizando su labor, un buen día el temple de Berta dijo que estaba en la batalla por defender al pueblo y que no buscaba convertirse en mártir.
La madrugada del jueves 3 de marzo de 2016, la amenaza se materializó. Balas disparadas por sicarios intentaron silenciar la sabiduría de la mujer lenca.
El corazón de Berta dejó de latir en la comunidad de La Esperanza, ubicada a tan sólo 200 kilómetros de la capital hondureña, cuando fue allanada por sicarios que integrantes del COPINH aseguran podrían tener relación con la empresa DESA.
Sus latidos se expandieron a todo el pueblo lenca, una comunidad que llora su partida pero que reivindicará su nombre, expandirá sus batallas y replicará sus fortalezas.
Las exigencias de justicia llegaron en estampida. Flores blancas y veladoras se colocaron alrededor del mundo, para purificar el alma de una mujer que ahora se unía a lo que tanto defendió: la tierra.
Su partida mermó en financiadores internacionales: los Bancos Holandés y Finlandés de Desarrollo anunciaron que suspenderían su ayuda financiera para la construcción de la represa Agua Zarca.
De nada valió que el gobierno hondureño saliera de inmediato a manifestar su repudio por el crimen y a mostrarse indignado: nadie les creyó. Sus hijas Olivia, Berta y Laura, su hijo Salvador y su madre Austra Bertha, escoltadas por familiares, amistades y aliadas, responsabilizaron al Estado hondureño de haber obstaculizado la protección de la mujer guerrera, así como de haber propiciado su persecución, criminalización y asesinato.
La sociedad exigió la formación de una comisión internacional imparcial para esclarecer la muerte de la madre de todo un pueblo, y que se cancelara la concesión de DESA sobre el Río Gualcarque, para que pudiera correr libremente.
A casi un mes de su muerte, las autoridades hondureñas parecen más empeñadas en borrar la imagen de Berta que en esclarecer su asesinato. Con poca transparencia en “los métodos de investigación” mencionaron como posibles móviles del homicidio “conflictos pasionales” o “rencillas” entre los integrantes del COPINH.
Poco parece importar a estas autoridades que Honduras fuera identificado como el país más peligroso per cápita para las y los activistas ambientales y de la tierra. Tan sólo de 2010 a 2014 se registraron 101 asesinatos en el país.
Ante la ausencia de su madre y con el acompañamiento de su abuela, Berta Zuñiga Cacéres, la hija mayor de la lideresa ha tomado la palabra, para hacerle saber al mundo entero que no permitirá que el asesinato de la mujer que siempre la inspiró quede impune, y que “Se jodieron los asesinos que querían matarla, porque ella sigue en todos nosotros. Berta no murió, se multiplicó”.
*Este texto fue realizado con base en una plática que esta periodista sostuvo con Berta Cacéres y con la información que ha publicado el COPINH en relación con el crimen. Para escuchar el audio de un fragmento de esta plática haz clic aquí: https://archive.org/details/BertaCaceres
En este enlace puedes conocer el informe completo de defensores de la tierra: https://www.globalwitness.org/en/campaigns/environmental-activists/cuantos-mas/