Las cuatro habitábamos en la misma calle. Cada una vivía en una casita de interés social. Pasábamos el día asomadas a nuestras ventanas, como hadas encantadas, esperando el atardecer para que su luz trajera el hechizo y saliéramos a jugar, a comer dulces, a charlar.
Crecimos juntas. Cuatro niñas de 8 años jugando con las muñecas; cuatro chicas a los 12 haciendo competencias en las bicicletas; cuatro que a los 14 discutían por quién tenía la blusa más linda. A ti, Lorena, te mataron cuando teníamos 17.
La gente del vecindario se indignó e hizo asambleas y tuvo miedo. Sin embargo, sólo quedó una cruz en la esquina, junto al farol, como el eco de algo muy temible, pero lejano.
Un día tu madre, tu padre y tu hermana cerraron la casa y se marcharon para no volver. Desde entonces nadie pronuncia tu nombre.
¿Cómo explicar tu ausencia permanente?
¿Cómo explicar 20 años en donde diariamente no estás?
No fue el féretro cerrado, que era apenas un sueño siniestro y sin sentido.
Para mí, fue cuando tuve que recorrer en silencio la ruta diaria hacia la escuela. Eran los mismos pasos que el lunes anterior habíamos recorrido y tú no podías andarlos más.
Fue, también, que estuviste ausente de la que hubiera sido nuestra fiesta de graduación.
Y no estabas para comprar esos libros que soñamos tener al ser mayores.
Nunca fui a tu boda, ni te abracé cuando el mundo cambiaba.
Fue cuando Martha se convirtió en la primera de nosotras en tener una hija y no le diste la bienvenida a esa beba, que era una de las nuestras, de esa pequeña manadita nuestra.
Luego nació la niña de Valentina, y después la mía, y tampoco estuviste ahí.
Y cuando pasó el tiempo, tu hija hizo falta corriendo con las nuestras por el mismo pavimento en donde nosotras, a su edad, dibujábamos flores y escribíamos con gis los nombres de los países a los que teníamos que viajar algún día.
Muchas veces me pregunto si mi hija alguna vez habrá sentido la falta de la caricia que nunca pudiste darle, si extrañará a esa amiguita que nunca llega a la fiesta de cumpleaños y que no tiene nombre porque nunca pudiste elegir si querías o no hacerla nacer.
¿Un día mis nietas sentirán que les faltan tus nietas creciendo lado a lado, haciéndose compañía?
Así estamos. Así estoy, pues, Lorena.
Sin nombrarte a diario, pero sintiendo constantemente que faltan tus pasos por el camino; tus risas en las fiestas; tus abrazos en los duelos; tus proyectos y los nuestros compartidos.
Estoy huérfana de verte ingeniera o pintora y cada vez que escucho tu canción, me haces falta para contarte cuántos de nuestros sueños se hicieron o no ciertos. Cuántos de los tuyos arden de saber que sólo fueron palabras de una niña que se quedó niña para siempre, sin llegar al día siguiente.
Hace 20 años fuiste un escándalo en los diarios locales. No pudiste saber que se volvió pesadilla generalizada, 20 años después, aquí, en Cuautitlán Izcalli y que en este mismo Estado de México en donde tú y yo crecimos, asesinan y desaparecen niñas todos los días. Tantas, que los diarios no se dan abasto para contarlo.
Así estoy hoy, poniendo palabras a este duelo por ti, por nosotras, pero también por todas las generaciones que vienen huérfanas –esa orfandad que yo me sé-. Les hará falta quien habría sido la compañera en la marcha, de la que habría sido la abogada, de la que sería la vendedora de frutas, de la sonrisa en el camino, de todas las promesas postergadas infinitamente en cada ausencia.
Cuánto extrañar, cuántos abrazos vacíos, cuántas, cuántas…