El cuerpo habla. Nuestros movimientos dicen mucho más de nuestra personalidad y de nuestra historia de lo que pensamos.
Yo bailo desde hace dos años, y hacerlo vino a representar una segunda revolución para mí. La primera fue encontrarme con el feminismo. Si bien me considero activista, mi trabajo se ha enfocado más en la incidencia a partir de la investigación; mi activismo, aunque nace y se refuerza en el corazón, se trabaja día a día desde el análisis y las ideas. El escritorio y la computadora han sido mi arma y escudo contra una realidad que, en muchas ocasiones, siento que me sobrepasa. Bailar me ha ido quitando ese escudo y poco a poco he adquirido más consciencia de mi cuerpo, de mis movimientos, de mi andar.
He caído en cuenta, por ejemplo, de mi mala postura, y de cómo ésta empeora cuando ando en la calle: camino rápido, con la mirada en el suelo, los hombros encorvados. De pronto, cuando escucho la cantidad de violencia que hay a mi alrededor, cuando sé de casos de acoso que viven amigas cercanas todos los días, en la puerta de su casa, en el parque, en el metro; cuando me doy cuenta de la violencia que día a día vivo yo, pienso que tal vez esa mala postura no sea casualidad.
Soy consciente entonces de todas las veces en que lo pensé dos veces y me cambié de ropa antes de salir a la calle con un short o una falda, me doy cuenta de que la calle me resulta un lugar hostil y que el mecanismo de defensa que he creado es esconderme. En mi mente resuena una voz diciendo “cuídate”: es la voz de mi abuela, de mi tía, de mi mamá que, en una sola palabra, condensa los miedos y la carga que han pasado de generación en generación, reflejo de la violencia que día a día ellas enfrentaron. Con esa palabra se interiorizó en mí la responsabilidad que recae sobre las mujeres de evitar un acto de violencia, como si las culpables de los chiflidos, las miradas lascivas y las palabras violentas fuéramos nosotras, como si no tuviéramos el mismo derecho que los hombres de andar por la calle libremente, de decidir como vestir, de levantar la cara en alto y sentirnos orgullosas y dueñas de nuestro cuerpo.
El feminismo y el baile han sido para mí una oportunidad y un trabajo constante de mirarme, conocerme y repensarme, de apropiarme de mi cuerpo y disfrutarlo. En ellos he encontrado la forma de hacer frente a una realidad violenta, de saber que no soy la única que cree que las cosas no deben ser así, y de buscar soluciones. La calle es de todxs, también es nuestra, es por ello que colectivos de mujeres se están organizando para salir el 24 de abril a tomar las calles, para gritar que estamos hartas del acoso y exigir una respuesta, para manifestar que le corresponde al Estado y a la sociedad en su conjunto hacer algo por garantizar la vida y libertad y de las mujeres, pero sobre todo que estamos juntas, la empatía, el apoyo y la sororidad son claves para defendernos y reapropiarnos de un espacio que es nuestro.
Organizaciones de diferentes países de América Latina realizaron acciones del 10 al 16 de abril como parte de la semana internacional contra el acoso callejero. En México existe una campaña en redes sociales con el hashtag #ElEspacioEsPúblicoMiCuerpoNo y el 24 de abril habrá una movilización nacional contra las violencias machistas. Es importante hacer escuchar nuestra voz y hacer valer nuestro de derecho a vivir libres.
Ilustración: http://elsalmon.org/hoy-no-uso-falda-o-las-calles-son-nuestras/#prettyPhoto
Gabriela García Patiño se ha especializado en el tema de mujeres y VIH, realizando actividades de incidencia política y coordinación de proyectos con el objetivo de promover el acceso a la prevención del VIH en mujeres y jóvenes y en la defensa y promoción de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres con VIH. Es licenciada en Psicología por la UNAM, estudiante de posgrado en Políticas Públicas y Género por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales FLACSO México y bailarina amateur de ritmos latinos.
Colaboradora de Balance, organización feminista progresista que actúa a nivel local, regional y global para construir alternativas de vida en torno a las sexualidades libres y placenteras, transformando las políticas públicas en salud y sexualidad para que se aborde efectivamente la injusticia, confiando en el poder que tienen las mujeres y jóvenes para mejorar sus condiciones de vida.
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