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Sobre feminismos institucionales y mujeres maravilla. Por Mariana Mancilla

Estoy segura de que el feminismo me hizo romper con mi discurso y con las prácticas de superioridad que tenía hacia otras mujeres. También me ayudó a quererme más, a creer más en mí, a poder decir en voz alta NO, tanto en casa como en las relaciones personales cuando alguna situación me incomodaba.

También entendí que, además de asumirse como feminista en lo personal, es posible trabajar para hacer “más visible” la rabia e indignación por todas las violencias, sobre todo las que se ejercen hacia las mujeres y personas de la disidencia sexual.

Decidí ser feminista institucional porque, desde mi análisis personal, no basta con hacer visibles la rabia y la indignación, también es necesario construir rutas y recomendaciones claras en conjunto con el gobierno para que generen acciones y políticas públicas que garanticen derechos y rompan con la discriminación. Sobre todo, decidí ser institucional porque no vivimos en El país de las mujeres de Gioconda Belli, sino en un país anti democrático y represor que cada día intenta hacernos más pedacitos.

Cuando comencé a trabajar en una organización feminista de la sociedad civil sabía que la dinámica no iba ser como en una empresa privada, donde una llega a las 9 am y sale a las 6 pm, gana bonos de productividad y tiene una gran fiesta de fin de año con rifas de coches y viajes.

Sabía que además de poner el recurso intelectual había que poner el alma y, sobre todo, la cuerpa, porque este trabajo no sólo se trata de estar en el escritorio y escribir una y otra vez proyectos y propuestas de política pública, se trata de ir a la calle, hacer alianzas con otras organizaciones o grupos sociales, pararse frente a las puertas de los que toman las decisiones, no estar de acuerdo con algunas cosas, pero intentar tener la solución más real y congruente posible.

El trabajo que he hecho desde hace cinco años no lo pude imaginar mejor. He adquirido nuevos aprendizajes, amistades, experiencias y hasta enemistades. Ha sido un trabajo progresivo y nada estático, que implicó ir asumiendo responsabilidades y acciones que no estaban siendo remuneradas, pero que acepté sin pensar porque son parte de la responsabilidad social que una asume cuando se trabaja defendiendo los derechos de las personas, y para demostrarle al mundo que una veinteañera puede ser tan importante y capaz como las de más de cincuenta.

Sin darme cuenta, el mismo movimiento, teoría del cambio o como le quieran llamar, que me hizo quererme y reconocerme, me estaba exigiendo, desde la dinámica laboral de la organización donde trabajaba, súper poderes para aguantar las reuniones de fin de semana, las jornadas incansables de negociaciones en un idioma ajeno y las reuniones que no llegan a ningún fin pero en las cuales es importante estar para no perder espacios que costó ganar.

Sin darme cuenta reproduje el modelo de hombre trabajador que prefiere salvar al mundo antes de tener vida personal, cuidar su salud o estar presente en un evento familiar.

Como resultado, desde hace un año tengo un padecimiento físico que ni la ciencia ni el tratamiento más hippie han podido descifrar. El poder especial que adquirí desde entonces para reconocerme y entender a mi cuerpa me hizo darme cuenta de que no quiero seguir adelante con un feminismo que me presione todo el tiempo; que no me deje equivocarme ni una sola vez; que implique que las feministas que están en los asientos con “la gente importante” deben ser las más chingonas; que no quiero dormir con el celular a un lado por si a alguien se le ocurre enviar un correo a las 2 am en calidad de urgente, dándome diez minutos para responder; que necesito dejar de posponer mis vacaciones o de privarme de asistir a reuniones familiares porque se atraviesa un evento de alto nivel al que hay que asistir a riesgo de que el mundo se caiga en pedazos, como hemos dado en creer.

Rescatar el poder que me dio el feminismo de reconocerme y cuidarme significa poner límites, significa que una necesita y puede decir “no puedo”, que una no es indestructible, que tiene debilidades y, sobre todo, que si una no se cuida, nadie más lo va a hacer, por más pendiente que esté la manada.

Significa reconocer que nuestro trabajo es importante y aporta, sin caer en el síndrome de la mujer maravilla, creyendo que el mundo se acaba sin nosotras. Para que nuestro trabajo sea valioso e importante también es necesario aprender a construir un balance entre el trabajo, las relaciones afectivas, los espacios familiares, las actividades recreativas, el crecimiento espiritual y el placer de todo tipo.

Necesitamos construir relaciones laborales que nos permitan crecer, reconocer y ser reconocidas, aprender de los errores y entender que las personas tenemos aptitudes diferentes, aprender a comunicar de forma clara nuestras necesidades y expectativas. En eso sigue mi aprendizaje feminista.

Imagen: Mujer Maravilla / DC Comics

Mariana Mancilla es Coordinadora del Programa Jóvenes en Acción por Nuestros Derechos, responsable de tejer las acciones sobre ciudadanización de los derechos sexuales para adolescentes y jóvenes de escuelas urbano marginales de la Ciudad de México. Arde por los temas de derechos sexuales y juventud y por dar seguimiento a los procesos de incidencia política en lo local y nacional sobre estos asuntos. Es egresada de la Licenciatura de Pedagogía en la UNAM. En algún momento estudió tap, le gusta el color morado y tiene una perrita muy amorosa.

Colaboradora de Balance, organización feminista progresista que actúa a nivel local, regional y global para construir alternativas de vida en torno a las sexualidades libres y placenteras, transformando las políticas públicas en salud y sexualidad para que se aborde efectivamente la injusticia, confiando en el poder que tienen las mujeres y jóvenes para mejorar sus condiciones de vida.

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