Seymur Espinoza Camacho fue mi maestro en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Era uno de los profesores que más admiraba, pues había logrado salir de un contexto económico difícil y se había convertido en un destacado maestro en la máxima casa de estudios.
Yo solía ser una estudiante aplicada que sacaba buenas calificaciones y atendía con exigencia el contenido de las materias. La explicación teórica que ofrecía Seymur sobre los temas era sencilla y contundente, por lo que era una especie de ejemplo para mí. Con el paso de los días y las clases, me hice muy cercana a Seymur. Por ese entonces yo necesitaba dinero para comer y él me había ofrecido un lugar como encuestadora temporal en su consultora política: hice encuestas en colonias de un par de delegaciones de la Ciudad de México y gané lo suficiente para sobrevivir un par de días en mi contexto de estudiante. Por supuesto que le agradecí muchísimo, como lo hacíamos todas las y los estudiantes que conformábamos su equipo.
Pocas semanas después, Seymur me invitó a un proyecto de investigación como becaria, había un poco de recursos y yo ganaría algunos pesos: acepté y le volví a agradecer el lugar. Fue entonces cuando comenzó a hablarme mucho por celular. Él sabía de mi situación económica, por lo que me invitaba a comer con más alumnas y alumnos de su equipo, yo agradecía muchísimo ese gesto que consideré amable y humanitario, pues por lo general, nadie en el aula parece preocuparse por si tienes algo en el estómago.
Una noche me invitó a cenar, le dije que sí, que estaba bien. Fue nuestra primera salida a solas. Pasó por mí en su auto a mi casa y me llevó a un restaurante en alguna parte de la Ciudad de México que yo desconocía. En el restaurante Seymur me empezó a acosar, hizo que pusiera mi mano sobre su pene, sobre su pantalón, ahí bajo la mesa del restaurante. Lo hizo con tanta discreción que me inmovilizó. Mi primera sensación fue de repulsión y me sentí profundamente humillada, pero al mismo tiempo pensaba que debía sentirme agradecida de que un hombre tan brillante y humanitario se fijara en mí, aunque me seguía sintiendo violentada y usada.
También tenía mucho miedo de irme, porque no traía dinero para un taxi y no tenía mucha claridad geográfica de dónde estábamos. Seymur sabía que yo tenía apenas un par de años viviendo en la ciudad y que sólo sabía moverme en metro, sin embargo, casualmente ahora estábamos en una de esas zonas de la ciudad donde sólo se puede llegar en automóvil. Seymur me dijo entonces que yo había deseado esta situación cuando al teléfono respondí “mmmh, sí” a su invitación. Yo le expliqué que mi “mmmh” era de duda, pues tenía tareas qué hacer esa misma noche: él insistió que era de deseo.
En ese momento mi cerebro creó una especie de protección psicológica ante la situación y opté por esa puerta que él me mostraba: me inventé que yo había decidido esto que estaba pasando, me dije que había sido poco clara con él, que como no le aclaré que mi “mmmh” era de duda, pues ahora él estaba confundido y yo no quería decepcionarlo. Así que me convencí de que yo quería y podía seducirlo aunque lo único que sentía por él era rechazo y miedo. A la distancia entiendo que era una forma de engañarme para asumir que yo no era la víctima que sí estaba siendo. Traté de mantener la calma y de conversar sobre temas académicos; él me forzaba las manos para tocarlo bajo la mesa, yo las quitaba una y otra vez y él volvía a ponerlas sobre su pantalón. Luego de la cena Seymur me llevó a un hotel donde me hizo con violencia múltiples chupetones en el cuerpo, me desnudó y me tocó agresivamente. Le dije que parara y no paró. Insistí, lo quité, me paré, me vestí. Me llevó de regreso a casa.
Cuando estuve por fin sola en mi habitación no sabía lo que había pasado, por un lado quería pensar que no había sido abusada, porque después de todo yo no me había ido corriendo del lugar ¿no?, pero por otro lado, me dolía el cuerpo, tenía marcas moradas en mi piel, estaba cansada, me sentía sucia, me sentía herida y quería llorar, además no había habido coito y eso significaba que no era una violación ¿o sí? Total, yo asumí lo más sencillo para mi mente, ya que así no quedaba como una víctima de violencia sexual: decidí pensar que yo había decidido la situación, la había buscado, la había conseguido y ahora era una especie de “ganadora”, pues el profe bueno se había fijado en mí; también me sentía “culpable” porque era mi culpa que una relación académica se hubiera tornado en algo más.
Seymur me volvió a buscar, me decía que tenía ofertas de trabajo donde podría aplicar lo aprendido en mi formación profesional, así que nos veíamos, pero él ya no me trataba más como alumna, sino como un objeto a su disposición: tuve que entender que ya estaba en otra relación, en contra de mi voluntad. A veces llamaba avisando que ya estaba afuera de mi casa, que bajara en seguida, yo bajaba a verlo, me sentía harta y en un espiral sin final. En su auto solía tocarme de forma brusca y yo no podía decir que no, era una especie de pesar sobre mí que me impedía decirle que parara, que me estaba lastimando, que estaba cansada de que me tocara si yo no quería. Mi cuerpo estaba ahogado en sí mismo, no podía pronunciar un “no” ni irme, me sentía tonta y débil, no sabía lo que quería, pero no quería esto, sólo dejé que pasaran los días en la inercia.
A veces pensaba que yo en realidad tenía el poder de la situación, me inventé que yo lo estaba usando porque él me consideraba para puestos de trabajo -que por supuesto nunca existieron-, así que me sentía una “mala mujer”, sentía que le estaba sacando provecho a una situación que en realidad era de violencia sobre mí.
Son estas cosas las que nos hace nuestra mente en un mundo construido en contra de nosotras: nos responsabilizamos y culpabilizamos por ser víctimas de abuso y violencia. Sin embargo, Seymur sí estaba consciente del abuso, así que giró la culpa sobre mí de forma explícita, me dijo que era clarísimo que yo quería estar con él, que se veía en mis gestos, en mi lenguaje corporal, insistía en que él sabía mejor que yo, lo que yo quería.
También solía decir constantemente que yo le gustaba mucho, que quería que viajáramos juntos, que fuéramos a Cancún, solía repetir que si yo tuviera más edad me hubiera pedido que me casara con él. En esos días yo tenía 21 y él cuarentaytantos. También me decía muy serio y convencido que yo no tenía agallas para hacer muchas cosas, que mi perfil era el de una mujer “recolectora” y no el de una mujer “cazadora”, pues, según sus posturas biologicistas, yo había nacido para “parir y ser cuidada” y no para “triunfar en la vida”, como sí habían nacido otras mujeres. Solía compararme con otras alumnas de mi clase, decía que yo era una mujer guapa pero sin chiste, porque mi cuerpo no era llamativo, que tenía pocas posibilidades en la vida. En mis adentros pensaba que él era un imbécil, pero no tenía fuerza para irme.
A pesar de todo, el cuerpo es sabio, poco a poco fui acumulando mucho dolor en toda la piel, la sensación de ser usada como un objeto al que él le metía sus manos sucias, duras y violentas cuando él quería era insoportable, así que decidí no volver a contestarle el teléfono y le inventé que me había mudado de casa. Él volvió a llamarme decenas de veces, pero no contesté nunca más.
Con el paso de los años he comprendido que fui abusada por él, que había una relación de poder de él sobre mí, tanto estructural (patriarcado) como personal (maestro), que todo estaba dispuesto para que hiciera un uso de mi cuerpo, de mi tiempo y mis emociones a su antojo sin que yo pudiera defenderme, sin que yo pudiera decir “no”; entendí que estaba en mi educación de mujer que yo me responsabilizara por “provocarlo”, por “no ser clara” y “por no irme”, pues a pesar de todo el daño que me estaba haciendo, yo me creía responsable de la violencia que ejercía sobre mí.
Tengo conocimiento de que ha hecho esto mismo con más alumnas, por eso me he atrevido a escribir esto ahora, porque sé de sobra que su modo de operar sigue siendo el mismo, como si fuera una receta que cumple cada semestre sin excepción: invita a comer a la alumna que lo admira, la hace parte de su equipo, la llama por celular, la lleva a un restaurante alejado, la acosa, la lleva al hotel, abusa de ella, ella se va con temor, confundida y sintiéndose culpable, si es que logra irse.
Al final todas hemos guardado silencio, quizá porque no queremos asumir –por el dolor que esto implica- que hemos sido violentadas sexual, física y emocionalmente. Tal vez guardamos silencio porque no volver a hablar del tema nos hace sentir que no pasó. Pero también sé que guardamos silencio porque Seymur Espinoza Camacho siempre ha hecho un despliegue de poder en sus clases y conversaciones contándonos de sus vínculos con la élite de la política nacional y el Partido Revolucionario Institucional, amenazando sin decir, que a él nadie lo puede tocar ni señalar.
Yo misma ahora tengo miedo al haber escrito esto, y por eso escribo con un seudónimo. Sin embargo, escribo porque quiero que más mujeres conozcan mi historia, escribo con la esperanza de que a alguna le sirva mi testimonio y la ayude a salirse de ahí. Les escribo con mucho cariño y les mando mucha fuerza y amor feminista.
*El nombre real de la denunciante ha sido omitido por motivos de seguridad.
Otros testimonios
A mí también me acosó sexualmente Seymur Espinoza. Por Sonia Romero*
Denunciar? En este país es una pérdida de tiempo. Alguna vez traté de denunciar a un un maestro de la misma FCP y S, primero ante la Coordinación de mi carrera y me dijeron que era inútil porque el Profe era sindicalizado, que lo mejor que podía hacer era abandonar la clase y recursar la materia con otro maestro! 🙄
Lucero, la posicion agresiva que asumes, defendiendo a quien puede hacerlo solo, si es que tiene argumentos, es precisamente la actitud que multiplica al infinito la revictimizacion hacia las mujeres vejadas denigradas y violentadas por deñitos sexuales, física y emocionalmente en su dignidad como seres humanos. Es una pena que en lugar de tener empatia y sororidad con nuestro género, porque siendo mujer es difícil no haber vivido y sido víctima de algún tipo de agresión por parte de algún varón, familiar, compañero de trabajo o autoridad con la que nos relacionamos en nuestro entorno. En tu actitud está la respuesta del porqué se protege a la víctima de agresiones tan severas y crueles a que es sometida por la sociedad que también la agrede y revictimiza sin compasión. La valentía de hacer una denuncia pública y penal se debe alentar y fomentar para hacer conscientes a las demás compañeras de que no están solas y garantizarles que no serán denostadas y violentadas no sólo por la estructura patrialcal, socioculturalmente y ancestralmente complaciente con los generadores de violencia contra la mujer sino por otras mujeres que cegadas por esta inercia de sometimiento ideológico y deformación religioso-cultural que creen que las mujeres somos putas que provocamos las violaciones y abusos sexuales de los pobrecitos hombres inmaculados con olor a santidad con renombre académico, social o político, que los inducimos a pecar porque esa es nuestra naturaleza desde Eva la culpable de la desgracia de la humanidad y con el único fin malévolo de manchar su “buen nombre”, ahhh porque esto si es un crimen atroz indignante y no así el abuso de poder y la violación cometuda a una estudiante en situación de vulnerabilidad por su juventud y situación de desventaja económica y de subordinación, ante el poderoso violentador . Te sugiero que no metas las manos al fuego por nadie, ni te erijas en tribunal del santo oficio, pues el no abrir los ojos y situarte en el contexto de realidad que vivimos en el siglo XXI donde los feminicidios, violaciones, desapariciones y abusos de poder en contra de las mujeres están a la orden del día, los 365 días del año, el ser mujer es ya un riesgo de vida. Suma y no restes que por parte de las compañeras y compañeros defensores de Derechos Humanos y Feministas (hombres y mujeres) sr ha trabajado mucho y perdido muchas vidas para que tu y tus hijas o familuares mujeres no sean quemadas vivas en la hoguera por denunciar las agresiones de que somos tidavia objeto las mujeres del digko XXI. Conciencia Lucero, infórmate!
En una ocasión me aseguró que yo le coqueteaba, cosa que por su puesto no era cierta, pero él pensaba que haciendo esa afirmación yo me iba a sentir culpable y quizá hasta alagada cuando me dijera que era guapa o coqueta. En más de una ocasión le vi mirando mi escote o mis piernas y también en más de una ocasión me invitó a salir, a pesar de que ya me había negado.
Y por supuesto varias veces lo escuché emitir comentarios sexuales (lo que él denominaba albures) a pesar de la evidente incomodidad sus interlocutoras.
¿Por qué una mujer con educación universitaria no hace la denuncia?, ¿por qué ahora y no antes? Las razones son muchas, porque piensas que ya le pusiste un alto, porque quieres seguir creciendo profesionalmente y piensas que es una situación que puedes controlar, porque se escucha que le pasa a otras mujeres y te niegas a ser “la víctima”, finalmente nunca hubo agresión física, porque como dice el testimonio: te engañas, le restas importancia.
Jurídicamente no hay evidencia que pueda ser utilizada, o es difícil conseguirla, pero alzar la voz y hacer públicos los testimonios en la las plataformas disponibles es un arma que nadie puede quitarnos.